El Diario de NetSeeker

Alma no a la venta.

Ya son más de las once. Algo me mantiene aquí; bajo la lluvia, sin paraguas. Me encantaría decir que se trata de algo más que de dinero. ¡Risas por favor!... Bah, odio cuando no reconocen un chiste… En fin, que diablos.
Empiezo a contar las gotas que se rompen cerca del basurero… otra vez… Una, dos, tres, cuatro… cinco… seis… siete, ocho, nueve-diez-once… doce… trece… no, esa no… trece, catorce… ¡Ah! El bocinazo me despierta de mi sueño. Es ella. Estaciona el auto cerca de la vereda, para que no me moje los zapatos. Si, me los regaló ella, la última vez que nos vimos. Cuero natural, hechos en argentina. A ella le encanta que me vista bien. La chaqueta, la camisa italiana, los pantalones… Lo más probable es que sean cosas que su marido ya no use… aunque ella me dice que los compra pensando en mí.
Subir a su auto es empezar todo, siempre es igual. Música de Ópera (El barbero de Sevilla, o Carmen, casi siempre). Me subo al asiento del copiloto y ella me pone la mano en la pierna. Sutilmente, me da un beso en la mejilla. Comienza a hablarme, suavemente, como es su costumbre. Mientras maneja, conversa de sus viajes por Europa… mi cabeza se mueve al ritmo de cada imperfección del camino, mis ojos medio cerrados empiezan a parpadear… lento… parpadeo… lento… El auto se detiene. Llegamos a casa… ¿Qué bien no?
Ella se baja primero, como es costumbre. Espero sentado que abra la puerta. Mira hacia los lados… ¿no? Nadie está mirando… Puedo ir. Bajo del auto y pasamos el umbral de la puerta. Se que este es el segundo paso… ella se me acerca, y contra la pared me besa como sólo ella sabe hacerlo. Sus manos no se quedan tranquilas (nunca lo hacen), y como es de esperarse, las mías tampoco. Se viste tan bien, es un gusto desvestirla y recorrer sus curvas morenas. Ella cuida muy bien de la camisa que me regaló, y la pone sobre la silla de la entrada. Avanzamos hacia su cama.
Le susurro que su piel es como el chocolate, y que su sabor es muy parecido. Ella me muerde la oreja suavemente. Me dice otra vez esas cosas que suele decirme, y siento por fin (aunque se que es mentira) que en verdad me ama. Besos enfervorecidos y sus dientes que me muerden los labios. Acaricio su espalda, tan suave como su voz y mis besos van a su cuello. Siguen suspiros, gemidos. Nos olvidamos del frío de allá afuera y lo cambiamos por el calor de los dos. Nuestra transpiración es una. Rasguña mi espalda con sus uñas recién manicuradas. Me alejo para ir al baño, cuando vuelvo, ella está desnuda. Su pelo largo cubre sus hermosos pechos y parece fundirse su piel morena con el cobertor rojo de la cama. ¿Hacer el amor? No se… Sólo digamos sexo.
Dormir prendado a ella, siempre ha sido el más grande de los placeres.
Seis A.M. y ya es hora de irme. El sobre habitual en el velador. Pesa más de lo habitual, eso no lo esperaba. Me visto con mi camisa italiana y mi traje de corte inglés. Me pongo los zapatos de cuero argentino y me dirijo… hacia la ventana del patio trasero. Salgo por ahí. Debo tener cuidado de que no me vean, o sino esto se acaba aquí mismo.
Ella tuvo lo que quería, y yo obtuve mi dinero. Creo que está bien.



--j.a.