El Diario de NetSeeker

... en los nacimientos... ... regalando nadas a todos ...

La Cita

Jueves 13 de Abril. 1 y algo de la madrugada. Una llovizna espesa coronaba el comienzo de este día recién nacido. Eduardo Maturana, un genio para su edad (ya no sabía donde guardar más postgrados y doctorados) caminaba subiendo la larga cuesta de “Calle Portuaria”. Laura, por su parte, caminaba por la misma vereda, pero en sentido contrario. Algo más joven que Eduardo: apenas llegaba a los veintidós, sin embargo, se veía bastante más niña.

La Calle portuaria recibía su nombre de un pequeño puente que había justo en la mitad, desde donde se podía ver con facilidad el puerto y su gente trabajando. El arribo de Barcos era una gran atracción entre los niños y las viejas que no tenían nada mejor que hacer. Sin embargo, esa noche, ni viejas ni niños iban a ser los protagonistas de la historia de la que sólo la luna y la tranquila marea serían testigos.

Laura caminaba y miraba cómo se movían las hojas de los árboles. Algunas hasta caían al sentirse objeto de su mirada marcada por unos ojos verdes tan preciosos. Llevaba un abrigo gris largo y un moño rojo que le sujetaba el pelo castaño recién lavado.

Eduardo caminaba algo nervioso. No ponía atención a nada más que a la acera. No se fijaba ni en las pequeñas gotas de lluvia que fueron amontonándose en su cabello, logrando así un efecto “canoso”, haciendo que se viera más viejo de lo que realmente era. Llevaba un gamulán café y unos pantalones de tela que le hacían juego. Un ruido extraño. Un alboroto. Un tipo bastante mal vestido y con el ceño fruncido salía de un bar del que Eduardo no sabía ni la existencia. A decir verdad, aunque lo haya conocido no habría ido, ya que la abultada agenda de un diplomático no da esos espacios… Sólo por eso odió con el fuego de su alma a aquel tipo, que en verdad, ni miró a Eduardo.

Así fue como pasó el tiempo. Así fue como Laura y Eduardo se fueron a encontrar en aquel puente de la Calle Portuaria.

¿Laura? – Preguntó él.
¿Eres tú? – Respondió Laura con una voz tan dulce que estremeció a Eduardo.

Se acercaron apenas. Había más de un metro de distancia entre ellos. Así entablaron por fin la conversación.

- Eres más pequeña de lo que dijeron -
- No crea. Acabo de cumplir veintidós –
- Eh, entonces… bueno, ya sabes –
- Uff, claro. Ya van a ser las dos. –
- … … … -
- Se ve un poco nervioso… -
- ¿Cómo no estarlo?... No quería decirlo pero es mi primera vez… -
- Y que lo diga… -
- ¿Acaso es también tu primera vez? –
- Sí… bueno, no… -
- ¿Cómo es eso? –
- Es que es la primera vez que lo hago por dinero –
- Bueno, entonces podremos decir que es la primera vez de ambos, ¿no? –
- Si Usted quiere… -

Miraron sus rostros unos segundos que parecieron eternos. Aún así no se miraron a los ojos. Él se perdió para siempre la oportunidad de ver esos hermosos ojos verdes, pues nunca más la miró a los ojos. Ella, jamás vio la profundidad de los ojos de Eduardo, pues en todo lo que estuvieron juntos ella sólo miró las paredes.

Y se fueron caminando los dos hacia un hotelcillo que quedaba cerca.
Juntos, pero no tanto.

- J. Alejandro Torres Stoffel, Domingo 15 de abril de 2007, 07:17 p.m.

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